Sé que está muy visto hablar de la Zona de Confort… pero me apetece hablar de mi propia experiencia al respecto, qué demonios.
Creo que, por mi entorno familiar, yo era un candidato perfecto a haber sido una de esas personas que se quedan en el lugar que les ha tocado en la vida. No salí de casa de mis padres hasta los 28 años, vivía dentro de una familia tipo “piña” en la que todo se hacía en familia y no se fomentaba (más bien lo contrario) la vida social, cursé los estudios que quería mi madre (Ingeniero de Teleco, nada menos), tenía una relación de “larga duración” (11 añitos juntos) con mi primera pareja, mis 7 herman@s están todos casados (y siguen casados)…
Todo ello me convirtió inevitablemente en una persona tímida, introvertida, insegura, inmadura y con muy pocas (y torpes) habilidades sociales. Pero, curiosamente, siempre hubo una parte de mí muy rebelde que se fue manifestando muy poco a poco.
Tuve siempre muy claro que no me iba a casar ni a tener hijos. Cuando empecé a trabajar, lo hice como autónomo (cuando todavía era una rareza) y nunca para grandes empresas como hacían todos mis compañeros de universidad. Empecé a estudiar música y canto a escondidas de mi familia (con el apoyo nunca suficientemente agradecido de mi hermana Paloma) y algo más tarde (para mayor desesperación de mi madre) me metí en el grupo de teatro de mi universidad al que le dedicaba muchísimo más tiempo que a ir a clase. Empecé a “salir”, a pesar de mi inusitada torpeza social. Fundé mi propia compañía de teatro (Tela-Katola) con la que me dedicaba a montar producciones de teatro musical perdiendo muchísimo dinero con ello, pero disfrutándolo como loco. Y, finalmente, me dio por dejarlo todo y ponerme a viajar por el mundo con una mochila y poco más.
Para mí lo más fácil hubiera sido seguir el camino que me venía marcado. Haberme casado con mi primera pareja, haberme metido a trabajar en Ericsson como hicieron la mitad de mi promoción, haber tenido un par de hijos y dedicar mi vida a ganar lo suficiente para pagar todos los gastos que ese tipo de vida conlleva. No se puede negar que hubiera sido muy fácil.
Pero hay algo en mi forma de ser que me empuja constantemente (y cada vez más) a no aceptar lo social o familiarmente establecido. Y no puedo estarle más agradecido a esa rebeldía, porque me ha llevado a lugares mágicos (no sólo geográficamente), aunque pasando mucho miedo por el camino.
Y es que salir de la famosa zona de confort, como ya todos sabemos, supone enfrentarse a lo desconocido, pasar mucho miedito y llegar a lugares nuevos (de nuevo, no sólo geográficos).
¿Y serán siempre lugares mágicos?
No, en absoluto. Tropezaremos y nos equivocaremos una y mil veces. Lo pasaremos muy mal por el camino y tendremos experiencias desastrosas. Pero es cambio. Y todo cambio es siempre para bien, porque implica una evolución y un aprendizaje que, de otra manera, es muy difícil que llegue. Y es por eso que es ahí donde la magia ocurre, porque es muy difícil que la magia acuda a donde tú estás, eres tú el que debe moverse si quieres magia en tu vida.
¿Entonces debemos salir obligatoriamente de nuestra zona de confort?
No, en absoluto. Esto es como todo… “haz lo que te dé la real gana“. Conozco a mucha gente que es muy feliz en su pequeña parcela donde lo tiene todo perfectamente controlado y a quienes la idea de un cambio les genera mucho estrés. Perfecto. No hay ninguna obligación. Cada uno elige su camino.
Pero no vale quejarse.
Si elijo quedarme donde estoy, no vale quejarme de mi trabajo, no vale quejarme de mi familia, no vale quejarme de mi entorno… no vale quejarme de mi vida. Porque siempre (SIEMPRE) hay más más opciones. Incluso cuando crees que no hay más opciones, tienes más opciones. Otra cosa es que elijas la que tienes (perfectamente válido), pero no niegues que tienes más opciones, cuando lo que pasa es que te haces caquita de sólo planteártelas.
Si eliges quedarte donde estás, dime, por favor, que es porque eres muy feliz ahí. Porque si no… ¿a qué demonios esperas para dejar de quejarte y mover el culo?
¿Da miedo?
No sabes cuánto.
Pero si pienso en todas esas decisiones que me costaron mucho esfuerzo (y mucho dolor en muchos casos) como fue dejar mi casa familiar, dejar a mi primera pareja (y a mi segunda pareja mucho más), enfrentarme a mi madre para estudiar música y hacer teatro, firmar un contrato con una sala de teatro que sabes que te van a sacar los higadillos, dejar un trabajo muy bien pagado y a muchas personas a las que quiero con locura y, sobre todo, dejar a mis dos gatas, para coger una mochila y comprar un billete de ida a Australia… no me arrepiento de ninguna de ellas. Incluso las que no salieron bien, supusieron un aprendizaje que me han convertido en la persona que soy (y lo que me queda).
Somos nuestras decisiones.
Nuestra vida está formada únicamente por nuestras decisiones y SÓLO por las nuestras. ¿Hasta cuándo vamos a seguir culpando a los demás de nuestra vida, de nuestras decisiones? Teníamos más opciones. Las seguimos teniendo.
Lo que somos, lo que seremos, depende sólo de lo que decidamos nosotros y nadie más que nosotros.
Somos libres.
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