Nos levantamos a las 8. Tenemos que coger el tren de las 9:06, así que tomamos un desayuno rápido de café d’orzo (malta) y tostadas con tahini y miel, salimos para la estación.

Cinque Terre son 5 poblaciones costeras con playa y casas pintadas de colores. Es una atracción turística muy grande, por lo que el tren va lleno de gente de todo el mundo que va a la playa.

La idea es visitar 2 de los 5 pueblos. Empezamos por el más lejano: Monterosso. Tardamos como una hora en llegar con el tren llenísimo de gente.

En Monterosso muchas de las playas son privadas. Esto, que se supone que no existe en España, es bastante típico en Italia, donde alguien compra y explota un trozo de playa, cobrando la entrada. A cambio hay sombrillas, tumbonas, limpieza, cafeterías, etc…

Nosotros andamos un poquito hasta una playa de piedrecillas, bastante abarrotada pero con un agua increíblemente tranquila y transparente.

Y vamos corriendo al agua, porque hace un calor espantoso. Adele y yo somos críos y nos lo pasamos bomba. Vamos nadando hasta unas rocas que hacen de rompeolas a unos 100 metros. Me encanta ver que Giada no es la típica madre superprotectora que no le deja hacer nada a su hija. Muy al contrario anima a Adele a nadar sin ayuda hasta ahí (cuando se cansa se sube a mi espalda) y una vez que llegamos la anima a subirse a las rocas enseñándole trucos para evitar los accidentes. Mucho más provechoso que prohibirle hacerlo.

Siempre he pensado que se traen hijos a este mundo para enseñarles a volar, pero mucha madres se dedican a cortarles las alas para que no se vayan muy lejos. Veo que Giada no es de ellas y eso se ve en la personalidad de Adele.

Pasamos un rato muy divertido en las rocas. Adele se dedica a coger cangrejos u otros bichos para luego soltarlos (adora los animales).

Regresamos a la playa para comer un trozo de focazzia con mozzarela y tomate que ha traído Giada. 

Luego volvemos a la estación y cogemos otro tren abarrotado hasta Riomaggiore, el más cercano de los 5 a Carrara.

Cuando llegamos andamos un poco hasta una preciosa playa de grandes piedras. Está también abarrotada, pero el agua vuelve a ser espectacular.

Está vez al bañarnos me llevo mis gafas de nadar. Adele me las pide y se pasa las siguientes horas buceando sin descanso. Giada y yo llegamos a pensar que le van a salir branquias! :-p

Pasamos una tarde estupenda de baños y conversaciones. En mi vida había hablado tanto italiano.

Me fijo en una madre con su hijo que está muy cerca de nosotros. La madre tiene la botella de agua y el niño el tapón. La madre le pide que le dé el tapón y el niño se niega incluso con chulería. Su actitud y lenguaje corporal lo dice todo. La madre insiste y el niño pasa de ella. Al final cuando la madre se lo va a quitar el niño lo tira al suelo. Miro con horror como la madre no reprende este gesto, sino que va a cogerlo y en ese momento el niño le pega una patada en el brazo, que la madre se limita a ignorar. Me horrorizó ver semejante agresividad en un niño.

Esto me hace pensar dos cosas. Por un lado el niño está repitiendo patrones que probablemente está viendo. Sería interesante ver cómo es el padre y cómo trata a su mujer. Por otro lado los niños avanzan hasta el límite que se le ponga. Si no hay límites en la educación… no hay límites en la conducta.

Sobre las 18:00 cogemos el tren de vuelta. Hemos quedado para cenar con los padres de Giada, y unos amigos suyos.

Pasamos por su casa para ducharnos y adecentarnos y salimos para la casa de Claudia. Allí están Claudia, su exmarido, unos amigos (Claudio y Brunella) y el padre de Adele.

Claudio vivió en Barcelona y Canarias y habla español. Para mí es un descanso cruzar algunas palabras en español con él.

Claudia se ha esmerado con el menú, es una gran cocinera: melón con jamón, humus con crudités de zanahoria y apio, y mejillones al vapor (para los no vegetarianos) de entrante. Después unos tallarines con salsa de calabacín riquísimos y para terminar la ensalada, como es típico en Italia. De postre el padre de Giada ha traído un bizcocho de canela.

Larga sobremesa de charlas sobre vegetarianismo (la mitad lo somos) y otros temas. Finalmente nos retiramos. Me despido de Adele, que se va con su padre y ya no veré más, con un largo abrazo. Es increíble el cariño que se le puede coger a alguien en tan poco tiempo. Y es que Adele es una niña muy especial.

Me despido del resto y nos vamos Giada y yo. Me lleva a visitar el centro histórico de Carrara. Todo, las fuentes, los monumentos, hasta la iglesia, es de mármol. Llama mucho la atención un monumento del parque con una gran bola de mármol que gira con la fuerza del agua.

Finalmente volvemos a casa. Última noche en Italia. Se hace duro volver al mundo real. Cada vez estoy más convencido de que debería hacer un viaje largo. No porque busque respuestas, sino como una propia respuesta.

Mañana pasaré la tarde en Milán y luego tengo el vuelo por la noche.

Pero por hoy…

…buenas noches. 

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