11 abril 2016
116 días viajando…
1 día en Wharariki…
Me levanto a las 7h. He dormido muy bien. Es impresionante facilidad que tengo para dormir en cualquier sitio. Es muy de agradecer.
Sirpa ya está levantada y prepara café. Hay actividad de día escolar. Los chicos desayunan mientras Sirpa les prepara el almuerzo. Yo salgo un momento para hacer fotos con la luz del amanecer del puerto…
…y la casa de Sirpa.
Los chicos se marchan finalmente al colegio mientras yo termino de recoger mis cosas.
Sirpa me ofrece dar una vuelta por la zona antes de irme, para que conozca un poco Nelson.
La sensación es como si estuviera en una urbanización de las afueras de Madrid. Pero aquí este tipo de viviendas son las normales en una ciudad normal.
De vuelta a su casa me enseña su taller…
…me deja muy amablemente una bolsa para poder llevar la comida…
…y me lleva hasta la carretera principal, donde nos despedimos dándole millones de gracias por su amabilidad y hospitalidad estos dos días.
Este es mi destino:
Son las 9:30 y empiezo a hacer autostop.
La verdad es que me lo paso muy bien. Lo que más me gusta es mirar a los ojos a los conductores. Durante los 2-3 segundos que cruzamos la mirada hay un instante de conexión. Unos van terriblemente serios o casi enfadados y ni te miran. Otros te sonríen y te saludan. Y otros te hacen un gesto como disculpándose por no llevarte, diciendo que van a otra parte o que no tienen sitio libre.
Cruzo mi mirada con una mujer de pelo negro y por un momento siento que ha querido parar pero que lo ha decidido demasiado tarde y ya no ha tenido opción. Sigo intentándolo… y al rato veo que un coche que viene desde el otro lado, da media vuelta, viene a hacia mí y se para. Es la misma mujer. Me dice que le ha dado cosa no llevarme y que ha vuelto a por mí. Es impresionante cómo podemos saber lo que piensa o siente una persona sólo por un instante en su mirada.
Se llama Marisa y es medio maorí, ya que su padre es maorí y su madre inglesa. Le explico que Marisa, en España, es un diminutivo de María Isabel. No lo sabía y le encanta. Es una mujer encantadora que transmite una energía y alegría desbordante. Por desgracia va sólo hasta Richmond, pero me deja en lo que llaman popularmente The Three Brothers Corner, el desvío hacia Takaka. Me despide con un largo abrazo lleno de amor y energía, y le yo agradezco muchísimo… todo.
Y le doy la dirección de mi blog para que vea la foto (¡de nuevo muchas gracias, Marisa!)
Allí me compro un sándwich de huevo y vuelvo a colocarme.
No tengo que esperar demasiado hasta que me para Michael. Va hasta Motueka y se ofrece a llevarme. Yo encantado, claro. Resulta que es repartidor de las pegatinas que luego vemos en la fruta, así que le acompaño en las entregas.
La verdad es que al final son un montón de desvíos y paradas, pasando por unas 5 o 6 empresas productoras de frutas. Es interesante ver el sistema de lavado y selección de manzanas…
…pero al final, se alarga bastante el camino. Si lo llego a saber… igual me lo ha dicho y no le he entendido. En fin, no hay prisa.
Finalmente me deja a la salida de Motueka y nos hacemos la foto de rigor.
Ha sido una hora y 10 minutos para hacer unos 25 Kms… ejem.
En Motueka vuelvo a poner el dedo…
…y no pasan ni 5 minutos cuando me para alguien. Mientras le estoy preguntando al conductor dónde va, llega otra mochilera y pregunta si se puede unir, que también va hacia Collingwood. Ross, que así se llama nuestro conductor/anfitrión, dice que sin problema, pero que va sólo hasta Takaka. Ya nos vale. La chica se llama Emma y es inglesa. Y menos mal que se ha unido, porque soy incapaz de entender ni media palabra de lo que dice Ross, por su terrible acento kiwi, así que les dejo a ellos la conversación. Consigo enterarme, más o menos, de que Emma está haciendo senderismo por la zona y le va pidiendo consejos de sitios a los que ir.
Ross nos deja en Takaka.
Allí Emma se va para el centro y yo me voy al supermercado a comprar jengibre y remolacha, que me faltaba. Después me pillo un café, y me vuelvo a la carretera.
Takaka es el típico pueblecito de una sola calle con todas las tiendas a ambos lados. Tiene bastante encanto.
Veo que hacer autostop ahí en medio no es buena idea, así que camino hacia la salida. Me mata el peso de la comida. Creo que pesa más que todo el resto del equipaje.
Por suerte no tengo que andar mucho hasta que encuentro un buen sitio…
…y no tengo que esperar mucho hasta que me paran Tammy (inglesa) y Natalia (germanopolaca), que andan de viaje por este país. Lamentablemente sólo pueden llevarme hasta Onekaka, pero se lo agradezco igual. Tammy vivió año y medio en Estepona y otro año y medio en Barcelona. Habla español, pero por respeto a Natalia, hablamos sólo en inglés.
Me dejan justo a la salida de un zona de descanso y justo en ese momento sale un coche que me pregunta donde voy. Ellos van a Collingwood, así que perfecto. Cada vez más cerca. Son Don y Rosamanda, un matrimonio kiwi que viven en allí. Rosamanda ha viajado muchísimo y conoce bastante bien España. Dice que cuando estaba ahí y tenía el pelo negro, la tomaban por gitana.
Nos despedimos en el desvío hacia Collingwood.
A partir de ahí sólo hay dos direcciones: hacia el oeste o hacia el norte, que es donde voy yo. A ver si hay suerte.
Mi dedo sigue muy hinchado, a ver si empiezan a hacer efectos los antibióticos.
Pasan poquísimos coches, pero el 4º coche que pasa me para. Y con la inmensa fortuna de que va para el mismo sitio que yo, para Wharariki Beach. Así que para allá vamos. Cuando llevamos como 10 minutos, miro Google Maps y veo que vamos hacia el oeste. Se lo digo. Ups… se había despistado y su GPS no estaba funcionando. Menos mal que me ha recogido. Media vuelta y a tomar el camino correcto.
Se llama Al y la conversación es complicada porque, a pesar de que es inglés (hoy es el día de los ingleses), habla sin mover nada los labios (¿será ventrílocuo?) y no consigo entenderle casi nada. Me hace mucha gracia cuando la gente me dice algo y yo les digo “Sorry?” y me lo vuelven a decir exactamente igual. A ver, no es que no te haya oído, es que no te he entendido!
Circulamos con el mar pegado a nuestra derecha. Los paisajes son increíbles.
Cuando llegamos a Puponga, la carretera de convierte en un camino de grava. Son los últimos 6 Kms.
Y finalmente, a las 14:30, tras 5 horas en un recorrido que Google Maps decía que se tarda la mitad (es lo que tiene el autostop), llegamos a Wharariki.
Ahí nos despedimos…
…y entro en la oficina.
Me recibe Alex, uno de los woofers. Es americano. Me esperaba (¡uf!). Me dice Dion llegará más tarde, que deje mis cosas y me instale en el barracón de los backpackers, que es una estancia de 6 literas y una cama doble. Sólo está ocupada una de las literas, así que me pillo la cama doble, claro.
Me deja en manos de Richard, el único empleado, que me enseña las instalaciones. Es un kiwi muy gracioso, vestido medio militar medio safari, pero al que también cuesta la de dios entender. Qué poco se esfuerzan algunos en hablar claro.
Algunos de los woofers viven en caravanas, otros en un autobús reformado y somos tres en el sitio de los backpackers. Me enseña las zonas comunes, la cafetería, el rincón de los woofers formado por tres caravanas, la de Richard, la de Alex y otra que hace de cocina, dejando un espacio en medio al que le han puesto un techo y un suelo con sofás… Me va presentando a todo el mundo. En general se ve un ambiente bastante hippie y joven, pero no lo llevo mal. 😉
Le pregunto a Richard por la WiFi y me dice que no hay. Nada de nada. De hecho casi ni hay cobertura de teléfono. Que el único Internet es el ordenador de Dion en la casa de Dion y es intocable.
Confieso que en ese momento tengo una especie de ataque de pánico. Sé que suena ridículo, pero por primera vez en este viaje me siento completamente aislado, porque sé que pasarán días o semanas antes de que vuelva a tener Internet, antes de que vuelva a comunicarme con mi gente. Y no sólo eso. Si esto no me gusta, no tengo opción de buscar otro sitio. Me tendría que ir sin nada preparado.
Y sí, siento miedo. Aunque también hay una parte de mí que quiere experimentar este aislamiento, como el que pensaba tener en el Vipassana, pero es que ahora no me lo esperaba.
Me terminan de presentar a la gente y me enseñan el pequeño café que montaron el año pasado, donde conozco por fin a Lea, la pareja de Dion, y el bebé de ambos. Por lo que veo, Dion es el dueño y director del lugar, y Lea es la que lleva el café. Lea me dice que dedique el resto del día a explorar la zona y que, si quiero, me vaya hasta la playa, que está a 15 minutos y es un paseo muy agradable. Que me pase por la casa principal mañana a las 9:30, que es cuando se hace la reunión con Dion todos los días para repartir tareas.
La idea de irme hasta la playa me parece muy bien para poder pensar un poco.
Mientras recorro el camino, con unas vistas chulísimas…
…no puedo evitar seguir sintiendo miedo en el estómago. Miedo al aislamiento, miedo a no integrarme, miedo a volverme a equivocar. Qué malos son los miedos.
Llego hasta la playa. El sitio es increíble.
Y pienso… ¿que es equivocarse? No existen los errores, existe el aprendizaje. Si estoy aquí es por algo que tengo que aprender, dure mucho o poco. Démosle una oportunidad y veamos qué ocurre. Realmente no pasa nada por estar aquí. Por primera vez en muchísimo tiempo voy a estar varios días sin estar pendiente de Internet. Lo que siento es la ansiedad del desenganche. Probemos a ver qué pasa. Y en cuanto a integrarme… le doy demasiada importancia. Lo realmente importante es estar bien con uno mismo, no con los demás. Eso es una consecuencia. Si estás bien contigo, todo es fácil. Pero si te sientes inseguro… mal.
Algo más tranquilo regreso dispuesto a probar la experiencia.
Vuelvo a pasar por la cafetería donde me encuentro a Loreen.
Le pido un cafe y charlo con ella y le expreso mis dudas. Ella me dice que para ella el sitio ha sido una maravilla, que lleva tres semanas, pero que se marcha en 5 días. Y que da la casualidad de que casi todos los woofers se van esta semana. Ahora entiendo por qué Dion me necesitaba cuanto antes.
Por cierto que a los woofers nos hacen sólo un 10% de descuento en la cafetería. No parece que nos den muchas facilidades.
Ya está atardeciendo…
De vuelta al barracón, conozco a Aaron, quien junto con Alan, ambos woofers y surferos, ocupan también el mismo espacio. Le expreso también mis dudas sobre lo de estar desconectado. Me dice que para él eso es gran parte de las ventajas de este sitio. Que eso le permite dedicarse plenamente a sus cosas (se dedica a hacer fotografía mientras hace surf) y a no perder tanto tiempo con el móvil. Y puedo entender a qué se refiere, pero para mi precisamente la comunicación es una de las maravillas que nos ha traído la tecnología. Está muy de moda decir que vivimos absortos en nuestro móvil y que eso no nos permite comunicarnos. Pero creo que precisamente el móvil nos permite comunicarnos mucho más, sólo que de otra forma. Y, como todo cambio, provoca resistencia.
Veo a todos muy convencidos de las maravillas de este sitio, a pesar de que la energía que siento aquí no es buena, pero también les veo muy jóvenes, como lo eran Magda y Joanna, las que me lo recomendaron. No sé si yo estoy en el mismo momento vital que todos ellos.
Veo que tampoco hay cobertura de móvil. Me dicen que puedo tener una poquita en lo alto de este montículo.
Y, efectivamente, la tengo. Así que consigo mandar un SMS a mi red de apoyo (gracias, Mer) y le digo que no se preocupe, que voy a estar desaparecido unos días y que lo ponga en mi muro de Facebook para que nadie se vaya a preocupar por mi desaparición. Eso sí es lo malo de estar tan conectados, que cuando lo dejamos de estar, se crea preocupación.
Más tarde me acerco a la zona de los woofers y me encuentro con un hombre que me da muy mal rollo y que me pregunta “Can I help you?“, como diciendo “a dónde vas?”. Me quedo sin saber qué decir porque no sé quién es. Le digo que no, gracias, y en ese momento aparece Alex y nos presenta. Resulta que es Dion. Vaya comienzo. Me saluda, me dice que nos vemos mañana a las 9:30 y se va. Hubiera preferido otro tipo de recibimiento, pero bueno. Démosle una oportunidad.
A la hora de cenar me vuelvo a acercar a la zona de los woofers para preguntar dónde puedo conseguir una olla o similar. Pero resulta que Loreen ha cocinado, ha hecho lasaña vegetal y me invitan a unirme, junto con una cerveza. Yo estoy muy dispuesto a integrarme, así que acepto encantado. Durante la velada corre la bebida y el fumeteo sin parar. Yo acepto un par de cervezas pero nada más. Ya no estoy en ese momento y mucho menos tomando antibióticos.
Jugamos a un juego con unos clavos y un martillo y me lo paso bien, pero cuando noto que el efecto del alcohol y la maría ya es excesivo, me retiro. No es mi sitio. Ya pasé por esas cosas hace años. Ahora estoy a otras cosas que incluyen, sobre todo, cuidarme por dentro y por fuera. No me veo metiéndome una juerga diaria con chavales.
Pero curiosamente no me agobio. No pasa nada. No tengo el cabreo de Christchurch, y eso que aquí las condiciones probablemente son peores. Pero no siento que tenga que entrar en ese juego, ni tampoco siento que me quede fuera por no hacerlo. El día a día hará que me integre sin necesidad de participar en estas cosas. Mañana veré cómo se desarrolla la reunión y el curro. Si no lo veo muy claro me iré, pero voy a intentar aguantar una semana a ver qué tal. Por otra parte, sin internet, es difícil buscar otro sitio. Pero como son 4 horas de curro al día, puedo intentar ir alguna tarde a algún pueblo cercano con internet.
Creo que es una experiencia que debo probar un tiempo. Si me aceptan en el Vipassana, estaré una semana y me marcharé para allá. Si no…
…pues ya veremos.
Me retiro pronto y aprovecho para hacer una meditación y dormir temprano. Consigo dormir, aunque no con profundidad, hasta que, bastante más tarde, llegan los woofers de la fiesta. Me despiertan, pero no pasa nada.
Una parejita se han quedado fuera hablando y se les oye demasiado. Nos separa sólo dos metros y una delgada pared. Se oye todo. Lo que dicen…
…y lo que hacen
Y ahora sí que no hay quien duerma, pero al menos estoy entretenido.
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