3 marzo 2016
77 días viajando…
22 días en Melbourne…
Me despierto con la primera actividad de la casa. No he dormido mal en el sofá, la verdad.
Saludo a dos de las inquilinas, Lana y otra chica que no recuerdo el nombre. Es raro lo de estar en una casa sin conocer a la gente que la habita. Me siento un Okupa.
Recojo un poco mis cosas y me voy al jardín un rato. Ahí conozco a Zen, el gato de la casa…
…y a la americana que está viviendo en el garaje.
Dedico un rato a buscar en GumTree bicis de segunda mano. Hay bastantes ofertas alrededor de los $50-70. Lanzo algunas solicitudes y me voy para el sur, a una tienda llamada Mr.PC, para ver si pueden reparar mi portátil. Por el camino me encuentro con el “Perro de Troya”. :-p
En la tienda me dicen que lo van a mirar y que es probable que se pueda cambiar la pantalla, pero la cosa me puede costar unos $200. No hay más remedio. No hay muchas más opciones y el sitio parece serio.
Dejo ahí mi portátil y me voy a comprar algo de fruta, que estoy tomando poca. Luego me voy a una cafetería a escribir un rato y hacer algunas gestiones en internet. Se nota el calor…
Sigo intentado conseguir una bici, pero las más baratas, vuelan. En cuanto me nuestro interesado, ya las han vendido.
Para comer, me voy al Lentil. Hoy no voy a hacer de voluntario, para descansar, pero es un buen sitio para comer. Aún así, tengo que cuidar un poco lo que como. Aquí la comida es muy de estilo indio, mucha mezcla y un poco pesada. No hay apenas crudos. La gran ventaja es que hay muchísimas legumbres, la desventaja es que hay muchas salsas.
Como con compañía.
Se ha sentado ahí y no se mueve.
Desde mi sitio también veo trabajar a un dibujante muy habitual de aquí.
Charlo un rato con Yui, una japonesa de origen asiático, que está de voluntaria y también lo estuvo ayer. Es muy graciosa y sociable, aunque me cuesta entenderla. Al salir me encuentro con Chloé y Hermann.
Por la tarde he quedado con Natasha, una couchsurfing vietnamita que estuvo a punto de acogerme la primera vez que vine a Melbourne, y a la que le pedí alojamiento. También le volví a pedir esta segunda vez, pero al final no lo encajamos. Pero me ha invitado a tomar unos vinos con amigos en su casa. He comprado un tempranillo de la tierra, claro.
A destacar el nombre de la estación de metro anterior a la suya.
Vive bastante al norte, en la zona norte de Coburg. La zona es chulísima.
Cuando llego, a la primera que conozco es a Chloé, su pequeña, que va corriendo a avisar a su mamá. Natasha es un encanto de persona. En su perfil de couchsurfing tiene casi 600 referencias (!!!). Es probablemente la usuaria más activa que he conocido. Le encanta viajar y lleva un año sin poder hacerlo, por eso le gusta acoger viajeros, ya que es lo más parecido a viajar.
Me dice que ha quedado con su amiga Laura en casa de ésta, y me pide que conduzca yo para poder sentarse con Chloé detrás, que si no se enfada. Estoy conduciendo más aquí que en España.
Por el camino recogemos a Roxie, la hija pequeña de Laura, que estaba en casa de una vecina, y llegamos a su casa. Ahí conozco al otro hijo, Tarzan. Los dos son guapísimos y de lo más enrollados. Nos hacemos amigos enseguida.
Pasamos una tarde de vinos, quesos, frutos secos y charla. Como me ve tan suelto con los niños (la verdad es que lo estoy pasando bomba con ellos. Soy uno más), me pide si le puedo ayudar mañana por la mañana cuidando de ellos y moviendo unos muebles, que ella sola no puede. A cambio me ofrece cena y quedarme a dormir en el cobertizo que tiene en el jardín, que lo tiene montado como habitación.
Yo, como siempre, estoy en modo “dejarme llevar por lo que pase”, así que acepto encantado. Aviso a Lily que no voy a su casa a dormir y paso la tarde jugando con los niños hasta que se duermen.
Lo que más me sorprende y encanta es la confianza. En el fondo soy un desconocido, un hombre soltero de cierta edad al que no conocen de nada. En España hubiera sido impensable que me dejaran solo con los niños, y aquí lo ven como algo absolutamente normal. Y el tema son los miedos. Cuando pasan cosas, obviamente se generan miedos. Y es terrible vivir con miedos, aunque puedo entenderlo. Lo maravilloso de la sociedad australiana es que viven sin miedos. Viven con las puertas abiertas, dejan a los niños jugar en la calle solos, no saben lo que es un atentado terrorista, ni que te roben por la calle. Es normal que vivan sin apenas miedos. Y es una sensación maravillosa.
Mi contractura de la espalda, que por la mañana estaba mejor, está volviendo a doler por la noche, y, de repente, he notado que he perdido sensibilidad en parte de la piel del brazo derecho, la que se apoya al escribir. Los músculos deben estar presionando un nervio. Voy a ver si Camille, que es fisio, puede verme.
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