Gran parte de mis casi 2 años viajando, ha sido por países anglo-sajones con muy alto nivel de vida, como Australia o Nueva Zelanda, conviviendo con familias locales, ya fuera haciendo HelpX, Workaway o Housesitting. Y en este tiempo he podido darme cuenta de que la mayor y más habitual aspiración (generalizando mucho) de la gente de por aquí es tener una familia y vivir en una casa muy grande con un gran jardín y unas preciosas vistas.
Y he vivido con muchas familias que lo han conseguido. El nivel de vida por aquí es alto. La gente suele tener buenos ingresos, lo que les permite tener casas enormes, uno o dos coches caros, todo tipo de electrodomésticos, herramientas, muebles… cosas. Tienen sus casas llenas de “cosas”. Y las que se quedan viejas o no les caben, acaban en desvanes o cobertizos, completamente abarrotados.
Para ellos es su sueño hecho realidad.
Pero enseguida te das cuenta que hay algo que no funciona. Es fácil sentir cierto grado de frustración, aburrimiento, insatisfacción, depresión…
Es lo que me gusta llamar el Síndrome del “¿Y ahora, qué?“.
El gran problema de cumplir tus sueños es… ¿y ahora, qué?. Pero el problema no está en cumplir un sueño, claro que no. El problema es que tu sueño tenga un plazo de vencimiento y no haya nada para después.
Ya lo decía Íñigo de Montoya.
No, eso no. Me refiero al momento en que, una vez consumada su venganza, confiesa que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo a ella, que ahora no sabe muy bien qué hacer.
¿Eso quiere decir que no debemos tener sueños?
No, claro que no. Vivimos de los sueños. Los sueños son nuestro motor, los que nos empujan y nos mantienen vivos e ilusionados.
¿Entonces quiere decir que no debemos llegar a cumplir nuestros sueños?
Que nooooo. No es eso. Es maravilloso cumplir un sueño. Pero sí te digo una cosa. Si logras cumplir tu sueño… más te vale que tengas otro.
¿Entonceeeeees?
Entonces el problema es cuando nuestros sueños son materiales.
Cuando empecé a viajar por estos países, me fascinaban las casas. Cada una es diferente a las otras, porque todo el mundo se las construye a su gusto. Son la consecución de un sueño.
Y yo pensaba al verlas… “Jo, me encantaría tener una casa así”. Pero luego lo pensaba mejor, y me decía… debe hacer una ilusión tremenda el día que inauguras tu casa, cuando la amueblas, la pones a tu gusto y empiezas a vivir en ella, y disfrutas de las vistas, del jardín, del espacio…
…pero luego pasan unas semanas, unos meses, un año… y es sólo una casa. Tu casa. Es el lugar donde vives habitualmente. Las vistas ya las has visto mil veces, no te sorprenden. Tu jardín es muy chulo, pero lleva un trabajo tremendo mantenerlo. Deja de ilusionarte porque es eso, el lugar donde vives… y ya. Aunque sea una mansión.
Entonces lo que haces es ilusionarte por otra cosa. Una nueva casa para las vacaciones, o un nuevo coche (porque el anterior está muy visto), o un home cinema para poder disfrutar de sesiones de cine en casa por las noches, o una thermomix para cocinar platos maravillosos de una forma mucho más sencilla, o…
Pero todo (TODO) lo material que conseguimos, al final le pasan dos cosas:
1. Dejará de hacernos ilusión pasado un tiempo (e incluso es probable que dejemos de usarlo).
2. Supondrá una fuente de preocupación.
Porque tener una casa grande y chula mola, pero hay que pagarla y mantenerla. Tener cosas caras, nos hace preocuparnos de que se estropeen o nos las roben. Todas las cosas materiales que tenemos son fuentes de preocupación. Incluso tener una empresa o un buen trabajo es una fuente de constante preocupación, por mucho dinero que nos dé.
Pero qué ocurre cuando nuestro sueño, nuestro motor, son las experiencias y el aprendizaje. Qué ocurre cuando decides deshacerte de casi todo lo material que tienes, vives con lo mínimo y persigues sólo el aprendizaje.
Qué pasa cuando descubres que lo único importante en la vida son las personas (y los animales) y no las cosas. Que lo único importante es amar (y no hablo en un sentido romántico) empezando por uno mismo, libre de preocupaciones, y no las cosas que tienes.
Cuando amamos “las cosas” (territorialidad), creamos propiedad, fronteras… y acabamos odiando a las personas.
Cuando nos olvidamos de las cosas y amamos sólo a las personas… ay, amigo, todo cambia.
Hace dos años decidí hacer la prueba. Deshacerme de casi todo lo que tenía, meter lo imprescindible en una mochila y dejar que la vida me guiara buscando sólo vivir experiencias y aprender, aprender, aprender…
¿Es ése el secreto de la felicidad?
No, claro que no. Viajar no es el secreto de la felicidad. Porque estaríamos buscando fuera lo que sólo está dentro de uno mismo. La felicidad la llevamos dentro y el conocernos nos ayuda a encontrarla.
Pero lo que pasa es que viajar (especialmente viajar solo) te permite el suficiente tiempo de soledad como para cuidarte, quererte, conocerte y escucharte, sin las preocupaciones de lo material o de tener que mantener un trabajo de 8 horas que me permita pagar lo material.
Y entonces te das cuenta… Esa búsqueda es ya la felicidad en sí.
Cuando decides dedicar tu vida a conocerte y a amar(te), ya nunca dirás…
…¿y ahora, qué?
…porque ése es un proyecto, un sueño, una ilusión para toda la vida.
…porque ésa es la felicidad.
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