30 mayo – 15 junio 2016
182 días viajando…
16 días en Aitutaki…
Por fin encuentro un momento (y suficiente WiFi) para escribir sobre mi experiencia en Aitutaki.
Rarotonga
Mi segundo día en la isla de Rarotonga empieza con prisas. Se suponía que me iba a levantar sobre las 8 para hacer yoga y recoger con calma, pero al final me despierto a las 9:40, así que no hay yoga y toca correr, porque el checkout es a las 10h.
En 20 minutos me ducho y recojo todo. Y, con algo más de calma, me preparo el desayuno. La otra encargada me dice que el checkout no es sólo dejar la habitación, que es dejar el recinto, pero que vale, que me puedo hacer el desayuno. Es menos maja que Sharna.
Así que me hago un buen desayuno con el aguacate que me regaló Odette y los huevos que me quedaban.
Tampoco puedo dejar mis cosas ahí porque, dicen, no tienen un lugar seguro donde dejar mi mochila. ¿seguro? Venga, va, si me estoy dejando mis portátiles encima de la mesa de la terraza sin ningún cuidado. No he visto sitio más seguro.
En fin, recojo mis cosas y me voy para el aeropuerto. Mi vuelo no sale hasta las 18h, pero voy para ver si puedo dejar el equipaje allí. Y, por supuesto, no hay problema. Aquí todo son faciliades.
Una vez ligero de equipaje, me doy una vuelta por Avarua.
Me llama especialmente la atención el “cementerio” que está casi en mitad de la calle. Hay una fuerte cultura de honrar a los muertos, por lo que, muchas veces, el único lujo que ves son las tumbas.
También llama la atención el ver que aquí nadie usa el cinturón de seguridad en los coches ni el casco en las motos. Es como si no hubiera demasiadas reglas. Muy cerca de mi ideal de “cuantas menos reglas mejor”.
Hoy me siento un poco cansado, probablemente por la paliza que me di ayer cruzando la isla, así que hago una parada para tomar un café.
Y cuando me dan el cambio, vuelvo a ver las monedas locales. Monedas que sólo pueden usarse dentro de la isla, aunque son Dólares Neozelandes. Monedas iguales a otras que me regalaron hace un año y que me trajeron hasta aquí.
Me voy para la casa de Ingrid a recoger los breadfruits que me pidió Odette que le llevara a Sonja.
El breadfruit es una fruta muy curiosa, que se cocina como si fuese una patata. Y es tan grande, que con una tienes para comer varios días.
Mis últimas horas las paso en The Islander, el sitio al lado del aeropuerto que me recomendó Odette y que tiene siempre Happy Hour, con cervezas a $3.
A las 17h voy al aeropuerto a facturar mi equipaje y pronto estamos preparados para subirnos al pequeño avión que nos espera.
El vuelo es con una única azafata y es casi una fiesta con todo el mundo de buen rollo. En 50 minutos estamos sobrevolando Aitutaki y aterrizamos en el pequeñísimo aeropuerto.
Por fin estoy en Aitutaki.
Sonja
En el aeropuerto me encuentro con Sonja, que ha venido a recogerme. Sonja es una mujer de 70 años, Austriaca, pero que cuando tenía 12 años se trasladó con su familia a Canadá donde ha vivido la mayor parte de su vida. Hace 21 años se vino a vivir a Aitutaki donde conocíó a Tauono, un hombre local, con el que finalmente se casó y juntos abrieron en 2000 el Tauono’s Garden Café, el único lugar de comida orgánica y sana de toda la isla. Tauono murió en 2009, hace ya 7 años. Desde entonces Sonja lleva el café sola. Bueno… con la ayuda de los woofers que va cogiendo.
Sonja me recibe con un abrazo y cordialidad. Se le nota la edad, el cansancio y cierta tristeza. Esperamos a que saquen el equipaje. Nada de cinta transportadora. Un carrito hasta la calle y ahí cada uno se coge lo suyo.
Odette me avisó ayer de algunas particularidades de este woofing, particularidades que voy descubriendo. Mi alojamiento es una habitación con dos camas, una de matrimonio y una individual, y un baño. Sonja me dice que la individual es para mí, la de matrimonio para una pareja de españoles que llegará una semana después y que Marco, el alemán de 20 años que conocí donde Odette y que llegará en un par de días, dormirá en un colchón en el suelo.
La primera particularidad y la que más me cuesta procesar es que la habitación, aunque tiene entrada desde la calle, tiene varias ventanas que dan a la casa de Sonja, especialmente a su habitación, con lo que aquello es una especie de Gran Hermano. Cuando crees que estás por fin solo y puedes desconectar, Sonja te habla a través de la ventana para decirte que apagues la luz del baño, las cosas que tienes que hacer al día siguiente, etc… No hay ningun privacidad en absoluto.
El baño, además, es el que usan los clientes del café, que deben atravesar la habitación, por lo que en los días que se abre al público (lunes, miércoles y viernes), todo debe estar despejado y ordenado.
Sonja me da algo de cenar en su casa. Tiene un carácter seco y cortante, muy germánico. No se esfuerza en absoluto por ser amable o cordial. Me va soltando todas las normas de la casa, que son interminables, especialmente en cuanto al uso del agua (“duchas cortas y cierra el grifo mientras te enjabonas”), temas de limpieza y funcionamiento de la casa. Me invita a que me vaya, diciendo que tiene una especie de meditación colectiva con la que va a conectar con más gente en otros países (una “reunión”, lo llama) y que desde las 20h hasta las 22h necesita absoluto silencio. Me sorprende que una persona en apariencia tan espiritual, pueda mostrar tan poco amor hacia los demás.
Así que decido coger mi linterna e irme a dar una vuelta. Por suerte llevo un mapa de la isla. Cuando salgo a la carretera principal, es noche cerrada y sin luna. Apenas hay farolas en la carretera, por lo que, con la linterna apagada, se ven todas las estrellas, hay absoluto silencio y la sensación de paz es increíble.
De vez en cuando me cruzo con algún turista despistado, pero casi todo el tiempo estoy completamente solo. Durante el trayecto no paro de darle vueltas a la cabeza. Está claro que Sonja va a ser una host muy difícil, pero es la única host de todo Aitutaki, por lo que, si quiero estar aquí, voy a tener que trabajar mi paciencia y mi aceptación. Pero la falta de privacidad (cada vez más necesito tener mi propio espacio y mi propio tiempo, especialmente viajando), y las maneras secas y poco amables de Sonja, me desaniman bastante. No paro de pensar en buscar otras posibilidades para quedarme en la isla. Mi idea es conseguir conexión a Internet y ofrecerme como woofer en todos los sitios que encuentre.
Al final llego hasta Arutanga, la “ciudad” principal de Aitutaki, a unos 4 Kms al sur de Tauono’s. Y lo pongo entre comillas, porque en realidad son unas pocas casas y comercios. Encuentro un Hotspot WiFi de BlueSky al que me conecto, pero cuando intento comprar conexión (1,25 GB de transferencia por $50. Unos 35€), no consigo pagar con ninguna de mis tarjetas, porque se necesita conexión con mi banco para confirmar mi identidad y, claro, no tengo conexión. Así que estoy sin Internet hasta mañana.
Durante el camino de vuelta intento simplemente disfrutar del entorno y del paseo. Al pasar al lado de una casa con la puerta abierta, veo que el hombre que está sentado dentro, me hace señas para que entre. Quizá en otra época no hubiera hecho caso, pero en este viaje estoy especialmente abierto a todo tipo de experiencias, y no digo que no a nada. Así que voy para allá. La casa está en un estado terrible, casi en ruinas. En 2010 hubo un ciclón que debastó la isla, destruyendo el 60% de las viviendas. Muchas quedaron sin reconstruir, invadidas por la selva, y otras, como ésta, están a medio reconstruir.
En la casa habita un matrimonio local que es muy representativo de lo que es realmente esta isla, más allá de los resorts y el turismo. Él está tan borracho que le cuesta hablar o mantenerse en pie. Aún así, se muestra muy cordial conmigo y me invita a un shot de ron. La mujer tiene una obesidad exagerada y está sentada en el sofá absorta en su móvil, sin prestarme atención. Charlo un rato con el marido y, cuando le digo que soy de España, la mujer levanta la vista del móvil y entra en la conversación. Me cuenta que en su juventud vivió en UK y que está emparentada de alguna manera con la familia real británica. Y la verdad es que se la ve una mujer culta y con educación, pero con una profunda amargura y abandono. El marido me hace gestos de “no le hagas ni caso”. Estoy un rato con ellos, les agradezco el chupito y me despido para seguir mi camino.
Este matrimonio representa en gran medida lo que es la vida local en Aitutaki y sus problemas más graves. Los habitantes locales tienen una vida relativamente fácil, ya que no tienen que pagar por sus viviendas y obtienen ingresos fáciles por el turismo. Y lo malo de la vida fácil, cuando no va acompañada de una buena educación vital y emocional, es que lleva al aburrimiento y adicciones. Y las dos grandes adicciones de esta isla son el alcohol y la comida. Nunca había visto una obesidad tan generalizada y tan exagerada en una población. Tanto es así, que sorprende muchísimo encontrar a alguien delgado que no sea turista. De hecho basta darse una vuelta por las tiendas de comida para darse cuenta lo dificilísimo que es comer sano aquí. La mayor parte de los estantes están llenos de snacks, comida procesada y bebidas azucaradas. Y la mayoría de los hombres de cierta edad están borrachos a cualquier hora del día.
De esta manera transcurren mis primeras horas en esta isla. Está claro que no es el paraíso que esperaba encontrar, pero por otra parte me alegra poder tener una experiencia que me enseñe la verdadera vida que hay aquí.
Silvia
Otra de las normas de Sonja, es que no quiere absolutamente ningún ruido antes de las 9h, por lo que los woofers, si se levantan antes, tienen que alejarse de la casa. En mi primer día, me despierto pronto, así que intento hacer mis saludos al sol fuera, pero me comen los mosquitos, así que los hago en la habitación intentando ser muy silencioso. Después me voy a la playa a darme un baño.
A las 9 ya puedo acceder a la casa y tomar mi desayuno. Sonja se muestra arisca y me dice que la casa temblaba con mis saludos al sol. Que es mejor que haga mi yoga en la playa.
Yo intento aceptar con una sonrisa todo lo que me dice, mostrando una paciencia infinita. Casi no me conozco a mí mismo. Así que, a partir del segundo día, hago mis saludos al sol en la playa.
Después empieza mi trabajo. En gran medida ayudando en el jardín de la casa. Uno de los mejores momentos es cuando Sonja llama a un chico local encantador, Vaa, para que me enseñe a abrir cocos. Toda una experiencia. La verdad es que no se me da nada mal y no hay nada más tropical que saber abrir cocos. No puedo dejar de acordarme de la película Náufrago y de lo que le costaba a Tom Hanks abrirlos. Para ello se usa un palo de madera clavado en el suelo, con el que se va desgajando toda la piel hasta dejar limpia la nuez. Luego, si se quiere abrir la nuez, basta unos golpes de machete bien dados en el lugar adecuado, para abrir un agujero en el coco y poder beber su interior y luego comer su carne.
Durante la comida, Sonja me enseña una libreta con algo escrito por la anterior woofer, Silvia, una chica de 27 años de Barcelona, que estuvo aquí durante un mes y que justo se fue el mismo día que llegué yo, por lo que no pudimos coincidir. La libreta es lo que silvia ha llamado “The Woofer’s Book”.
Me sorprende lo que transmite este cuaderno y que Silvia fuera capaz de estar aquí un mes entero con Sonja, cuando yo estoy deseando salir corriendo, como me pasó en Wharariki. Sonja sigue tan seca como ayer, y está claro que no nos vamos a entender.
Después de comer, Sonja me deja un par de horas libres, asi que aprovecho para ir hasta la ciudad de nuevo y comprar un acceso a Internet y ofrecerme como woofer en todos los resorts y acommodations de Aitutaki. Estoy huyendo, lo sé, como suelo hacer siempre, pero en ese momento es como me sentía.
Por la tarde, cuando estoy cenando con Sonja, llega una chica diciendo “traigo una nota de Silvia para Pablo”. Flipo, claro. Quien trae la nota es Amelia, una amiga de Silvia. En la nota (en español, claro), Silvia me dice que es una pena que no hayamos podido coincidir y me avisa lo duro que pueden llegar a ser los primeros días con Sonja, pero que si tengo paciencia y una buena actitud, puedo aprender muchas cosas de ella. También me da su contacto para cualquier cosa que necesite y me recomineda que acuda a Amelia siempre que lo necesite, que es una persona maravillosa que a ella le sirvió de apoyo en los peores momentos.
La nota llega en el momento justo, cuando estaba a punto de echar a correr, y me hace replantearme la situación y darle una oportunidad. Decido trabajar mi paciencia y compasión, intentando entender el por qué Sonja es así, intentando aportar todo mi amor y paciencia, e intentando sacar lo mejor de esta experiencia.
Al día siguiente, para Sonja, ya soy el mejor woofer que ha tenido nunca. Consigo mantener una actitud alegre y positiva, incluso cuando ella está de mal humor, sin darle importancia a sus brusquedades, pero sin ser sumiso. Manteniendo mi posición, respetando y haciéndome respetar. y me doy cuenta de que eso es exactamente lo que Sonja necesita. Alguien que no sea sumiso, pero tampoco le esté dando guerra. Una ayuda eficaz y resolutiva, sin darle demasiados problemas.
Mi miedo ahora, una vez que he conseguido cierto equilibrio, es qué tal va a funcionar esto cuando lleguen los nuevos woofers.
Pero mientras, disfruto…
Marco
Ese día por la tarde (mi tercer día en la isla) llega Marco y nada más llegar ya empiezan los conflictos. Se suponía que debía traer un bolsa llena de breadfruits y aguacates, pero en el aeropuerto le han pedido $60 por el exceso de equipaje y no lo ha pagado, por lo que se ha quedado ahí a la espera de que Sonja lo reclame desde aquí. Marco viaja con mucho equipaje, una mochila de 90 litros (la mía es de 50) y Sonja le reprocha que por culpa de llevar tanto equipaje no le hayan traído lo que ella esperaba. Le da bastante caña al pobre.
En cuanto llegamos a casa, me llevo a Marco de paseo por la playa y hago con él lo que Silvia hizo conmigo. Prepararle para entienda cómo funciona Sonja. La verdad es que le viene tan bien como me vino a mí.
Marco es un chico alemán de 20 años muy inteligente, estudiante de física, que se ha tomado un semestre libre en la universidad para viajar por el mundo. Aunque parece que tenga más edad y más madurez, es por su cultura, pero emocionalmente sigue siendo un niño muy necesitado de apoyo y cariño. Cuando tenía 6 años, la situación familiar fue tan jodida que le tocó cuidar de sí mismo y de su hermano de 3 años mientras su madre trabajaba, cocinando y haciéndose cargo de la casa sin ninguna supervisión.
Durante el resto de la semana conseguimos un buen equilibrio con Sonja. Ella se pasa bastante con Marco, tratándole como a un niño y echándole broncas al más mínimo error. En cambio conmigo está especialmente suave. Me he conseguido hacer respetar. Pero Marco ha encontrado en mi el apoyo que necesita y tenemos largas conversaciones sobre la vida.
Amelia
El día de la llegada de Marco, le ofrezco irnos por la noche a buscar a Amelia, la amiga de Silvia que me trajo su nota, para invitarla a tomar algo en The Fishing Club, el único sitio, más o menos, donde te puedes ir a tomar una cerveza. Vamos a su casa, pero no hay nadie, así que nos vamos para The Fishing Club a tomarnos una cerveza nosotros. Y da la casualidad de que nos la encontramos allí. Así que nos juntamos los tres a tomarnos unas cervezas.
Mi conexión con Amelia es inmediata. Tenemos opiniones muy parecidas en cuanto a espiritualidad, libertad, amor, tolerancia, sociedad, naturaleza, comunidades… Aunque nació y se crió en Melbourne, gran parte de su familia es de aquí, y una cuarta parte de su sangre es maorí. Eso hizo que hace poco se plantease la idea de venirse a vivir aquí para iniciar un proyecto. Una especie de comunidad para viajeros, donde, además, plantar vegetales y frutas de forma orgánica y donde todos los que pasen por allí puedan recibir y aportar algo. Me parece interesante y admirable, especialmente como experimento social, pero reconozco que se me hace difícil ver esa idea en un sitio como Aitutaki, que es lo más parecido a un pueblo pequeño y rural.
Cook Islands en general y Aitutaki en particular sigue teniendo una terrible influencia colonial, especialmente misionera. Por eso, para una población de apenas 1000 habitantes, hay docenas de iglesias, entre cristianas, evangelistas y adventistas. Y son tan rigurosos con el descanso en domingo, que la isla está llena de panfletos pidiendo el cese de vuelos ese día, para que los sitios turísticos no tengan que trabajar.
Eso produce una extraña mezcla en la que hay un fuerte puritanismo de puertas para afuera, debido a que todo el mundo se conoce, pero una enorme libertad (a veces excesiva, dándose muchos casos de incesto y pederastia) de puertas para dentro. Incluso hay una pequeña población, Vaipae, a la que llaman Holywood, y que fue el burdel de la isla para los soldados durante la guerra… y lo sigue siendo y hasta se sienten orgullosos de ello.
De hecho, cuando hemos ido a tomar cerveza a The Fishing Club, es normal por la noche ver muchos travestis entre la gente. Hay como mucha normalidad con el tema… pero solo allí y por la noche. No se ve nada de eso de día y por la calle. Es una especie de doble moralidad. En privado lo que quieras, en público nada. Aqui hay una especie de lema que dice… “Don’t show. Don’t talk“.
Tal y como me dijo Silvia, Amelia se convierte en mi gran apoyo durante mi estancia en la isla, compartiendo interminables charlas, filosofando sobre cómo es la sociedad en Aitutaki y la sociedad en el mundo en general, y enseñándome aspectos de este lugar que, de otro modo, nunca hubiera llegado a conocer.
La semana transcurre ayudando a Sonja entre el café y la plantación.
El café abre lunes, miércoles y viernes, sólo para el almuerzo y la merienda. Me he hecho un experto ateniendo las mesas, explicando cada uno de los platos y ayudando a Sonja en la cocina. Ella dice que valgo para camarero.
Los martes, jueves y sábados, si no llueve, los dedicamos a la plantación. Y es que Sonja, además del huerto que tiene en el jardín de su casa, tiene un buen pedazo de tierra en la isla donde hay numerosos árboles frutales como startfruits, bananas, guanábanas, etc… además de piñas y otros cultivos. De ahí se provee para el restaurante y para vender al público.
En realidad lo de “tiene” es un término relativo, ya que la ley de Cook Islands no permite que nadie que no sea local pueda poseer tierras en la isla. Esta ley es la que ha permitido mantener la isla tal y como es, ya que, en otro caso, la isla habría sido comprada por multinacionales hoteleras (o por los chinos) y habría perdido la autenticidad que tiene ahora, para lo bueno y para lo malo. Todo lo que tiene Sonja, en realidad era de su marido, Tauono, que, a su muerte, pasa a la familia de él, pero a ella, por matrimonio, se le permite su uso y disfrute mientras viva.
En la plantación disfruto mucho aprendiendo a usar el machete (bush knife) para abrir caminos en el matorral. Es una herramienta peligrosa que hay que usar con cuidado, ya que se usa con mucha fuerza, y, en un despiste, puede cortar con facilidad un brazo.
El otro uso del machete es para recolectar las bananas y es que, el banano sólo da fruto una vez, por lo que, cuando el racimo de bananas está maduro, se corta el árbol entero. Pera el árbol suele tener un hijo que ha nacido de sus raíces y será el que dé el siguiente fruto, por lo que el banano, una vez cortado en pedazos, se pone en la tierra alrededor del hijo para que éste se nutra de su madre.
El mejor momento en la plantación es cuando hacemos un descanso y nos tomamos un coco cada uno. El proceso de abrirlo con el machete, beber directamente el agua de coco, y comer su carne… hce que todo sepa muchísimo más rico. Y llena un montón.
Uno de mis trabajos es cortar la hierba con la Whipper Snipper…
Los domingos es el día libre, no sólo para nosotros. Sonja quiere estar libre de woofers, por lo que nos pide (con su “delicadeza” habitual), que cojamos algo de comida y desaparezcamos de la casa desde las 10 hasta las 18h. Que quiere estar sola.
La verdad es que yo, encantado. Necesito tener ese tiempo para mí. Aprovecho también para visitar Manga Pu, el pico más alto de la isla (124m… es una colina).
Magdalena y Miguel
El sábado llegan los nuevos woofers que resultan no ser españoles, sino uruguayos. Son una pareja de 29 años que se han dado un año para viajar, trabajando un tiempo y disfrutrando otro tiempo. Querían haber estado más tiempo en Nueva Zelanda trabajando, pero no les dieron la extensión de la Working Holiday Visa, así que ahora andan de viaje por aquí.
Les enseño la nota de Silvia y les cuento lo mismo que a Marco. El primer día la cosa va fluida, pero según va transcurriendo mi segunda semana, la cosa se va complicando. Mi relación con Sonja funciona bien, ella me adora y me respeta, dice que soy el único woofer con el que realmente ha podido comunicarse. Yo por mi parte, la trato de igual a igual, sin sumisión, con buen humor, alegría y eficacia. Pero su forma de tratar a los demás es terrible. No tiene la más mínima empatía. Pretende que tanto Marcos con 20 años, como Magda y Miguel con 29, tengan la misma madurez, experiencia de vida, inteligencia e interés que ella con 70. No tiene la más mínima tolerancia ante los errores o, simplemente, otra forma de ver las cosas. Y yo puedo manejarlo, porque me tomo estas dos semanas como una experiencia de aprendizaje, especialmente en compasión y tolerancia, pero para ellos, se trata de un viaje de placer, y no les compensa pasarlo mal, por lo que van acumulando enfado, mal humor y amargura. Y mi empatía me hace pasarlo mal por ellos, por lo que mi estrés va creciendo.
Por eso, el martes de mi segunda semana, aviso a Sonja de que estaré hasta el Sábado 11. Ella se horroriza y me pide que me quede más, no entiende por qué no quiero estar más tiempo. No entiende que el intercambio no está siendo justo. Porque aunque me entiendo con ella, están siendo muchas horas de trabajo muy físico a cambio de un colchón en el suelo (Marco me pidió si le cambiaba la cama por el colchón, porque te tiene pavor a los bichos) en una habitación de 4 vigilada 24h y una comida que nos da como si nos hiciera un favor y recordándonos cada día lo que le cuesta alimentarnos.
Así que mi decisión es firme y cuento los días para irme, mientras busco con desesperación un lugar al que ir, porque le he dicho que me iba sin tener resuelto el “a dónde”. Mi plan es pasar unas pocas noches más a mi bola en la isla, para desconectar y esperar el primer vuelo barato a Rarotonga. Suelen poner vuelos de última hora a $99 entre semana. Los precios normales andan entre $200 y $250.
La segunda semana vuelve a transcurrir entre el café, donde ahora trabajamos Magdalena y yo…
…y la plantación, donde avanzamos mucho más rápido al ser 10 manos.
La noche del martes de mi segunda semana, para suavizar asperezas y agradecer el esfuerzo (¡por fin!), Sonja nos invita a un espectáculo de danza local y a unas cervezas.
Yo aprovecho los huecos para conectarme a Internet… pero siempre tengo visita…
Hilla
El Viernes por la mañana me levanto temprano con la idea de resolver el asunto del alojamiento, ya que sólo me queda una noche para encontrar un sitio en el que dormir mañana. Me han recomendado el Tom’s Beach Cottage como el sitio más barato de la isla, pero todas las veces que paso a preguntar no hay nadie. Pregunto en Rino’s, pero los precios no bajan de $100 la noche. Impensable. Me recomiendan que pregunte en Vaikoa Units (al lado de Tauono’s) o en Amuri Guesthouse.
Me paso por Amuri, pero no hay nadie, así que de vuelta a Tauono’s, me paso por Vaikoa y me dicen que tienen units con cocina incluida en la habitación por $55 la noche. Es caro, pero no tengo muchas más opciones y la habitación es chula, así que se convierte en mi mejor opción hasta ahora.
Por la tarde me paso por Amuri Guesthouse y me ofrecen una habitación muy chula con la cocina compartida por $50 la noche. Sigue siendo caro, pero está más cerca del pueblo. Así que ésta es ahora mi mejor opción.
Más tarde me paso por casa de Amelia y la encuentro con su amiga Hilla, una chica israelí de 26 años que trabaja como voluntaria en el Aitutaki Marine Research Center, y da la “casualidad” de que se aloja en Tom’s Beach Cottage. Me dice que, efectivamente, es el sitio más barato, y se ofrece a acompañarme para preguntar. Así que vamos para allá y, esta vez sí, encontramos a la dueña, Tareta, que me ofrece una habitación por $25 la noche. La habitacon es dentro de la casa, conviviendo con la familia: Tareta, y sus hijos Gorem y Mimo, con un baño para los inquilinos (ahora estaría solo yo, Hilla está en una de las cabañas) y otro para la familia, y compartiendo la cocina. El sitio y el precio me parece ideales y la idea de compartir la casa con la familia me parece perfecto, así que le digo que vendré la mañana siguiente. A la vuelta, cocino uno de mis arroces de cosas para Amelia y Hilla…
…y después nos vamos al Fishing Club a celebrar mi pronta libertad.
La Libertad
Al día siguiente desayuno con Sonja, Marco, Magdalena y Miguel y me despido de todos.
Sonja me da algo de comida (breadfruit, berenjenas, un aguacate y un pan de coco). Siente mucho que me vaya. Es difícil hacerle entender que si ella fuera de otra manera, yo hubiera estado encantado de quedarme más tiempo. Pero es una pelea perdida. Con Sonja me siento un poco como con el Vipassana. Ella vive convencida de tener la única e indiscutible verdad. Pero la edad, aunque nos da conocimiento, no siempre nos da sabiduría. Y, como siempre, desconfío de quien no duda.
Me marcho con mis cosas y, aunque la mochila pesa una barbaridad, me siento ligero y feliz. Tengo por delante unos cuantos días sin preocupaciones, sin estrés, sin vigilancia… sólo para mí. Hago autostop y enseguida pasa alguien que me lleva. Aquí, incluso sin hacer autostop, la gente se ofrece a llevarte.
Después de instalarme, me alquilo una bici en Rino’s ($10/día), y le doy la vuelta completa a la isla.
Los Motus
Aitutaki está formada por la isla principal y unos 15 islotes (motus) que, todos juntos, forman un triangulo, cuyo interior es conocido como The Lagoon, porque aunque es mar, la barrera de corales que rodea todo el archipiélago, convierte todo ese mar en una especie de laguna de poquísima profundidad y casi sin oleaje.
Una de las principales atracciones son los cruceros que recorren los Motus. Los más famosos son The Honey Moon Island (Maina) y One Foot Island (Tapuaetai). Victoria, una uruguaya que trabaja en el Pacific Resort y es amiga de Magda y Miguel, nos ha ofrecido hacer un crucero por los Motus el domingo a menos de la mitad del precio normal ($50 en vez de los $110). Nos apuntamos todos, claro.
Pero cuando llega el domingo por la mañana, Victoria me dice que se ha cancelado el crucero por el mal tiempo (hay mucho viento y llueve de vez en cuando). Es una putada, porque quiero ir a Rarotonga esta semana que empieza (mi tercera semana aquí).
Así que el domingo me lo tomo de relax, empiezo a escribir este post y me doy un paseo hasta el Piraki Lookout, que es el segundo punto más alto de la isla y tiene unas vistas chulas.
A la hora de comer, cuando voy a ir a la cocina a hacerme algo, veo en el salón ambiente festivo. Están Tareta, sus dos hijos, sus padres (que son los dueños del lugar), otro chaval que no sé muy bien quién es, y una pareja de americanos amigos de la familia. Me invitan a unirme a su comida. Son así de hospitalarios.
Llama la atención la distribución de las mesas. Por un lado los niños. Por otro los padres. Y por otro la anfitriona, Tareta, con los invitados.
Los americanos son Larry (muy americano) y Susan (medio maorí). Una pareja encantadora. Al parecer los padres de Tareta estuvieron varias semanas en USA en casa de los padres de Larry, y ahora son Larry y Susan los que han sido invitados a pasar unas semanas en la isla. Están casi todo el tiempo en Rarotonga, pero van a pasar unos días en Aitutaki, como invitados de Tareta y sus padres.
Al día siguiente, lunes por la mañana, estoy decidido a hacer el crucero, porque quiero irme a Rarotonga cuanto antes para no gastar más en alojamiento. Así que me levanto a las 7, hago mis saludos al sol, me hago mi desayuno de platano con cacao, y arroz con verduras y huevo, y me voy al Pacific Resort a buscar a Victoria. Allí no está, pero Jeff, uno de los empleados del que me he hecho amiguete, un chico joven y supermajo, consigue contactar con ella por teléfono. Me dice que ella quería ir hoy, pero que todos los cruceros están al completo. Que lo puedo intentar por mi cuenta, pero que el descuento es sólo si voy con ella.
Pero siguiendo mi lema de “siempre hay más opciones”, pregunto de donde sale el crucero de Aitutaki Adventures (es la empresa con la que lo íbamos a hacer) y me voy para allá a toda leche con la bici.
Cuando llego, sólo hay un grupo de otra empresa, Teking Lagoon. Me dicen que los de Aitutaki Adventures están al llegar. Cuando llegan, les digo que soy del grupo de Pacific Resort que no pudo hacer el crucero ayer porque se canceló por el mal tiempo, y que si tienen un hueco para mí…
…y sí que lo tienen. Y al precio convenido, $50.
Nunca hay que rendirse.
Nuestro guía es Puna, un maorí con un sentido del humor tan sutil que la mayoría de los turistas no lo pilla, pero yo me paso el trayecto desconojado.
En total vamos 6 parejas y yo. Durante el trayecto nos cuenta que Aitutaki y los motus fueron elegidos en 2006 para ser el escenario de Survivor (Lo que en España se llamó “Supervivientes”): para ello, la productora alquiló literalmente toda la isla. Meses antes avisó a todas las agencias de turismo que la Isla estaba reservada y durante 8 meses se cerró al turismo. A cambio, la productora inyectó 4 millones de dólares en la isla, por lo que los habitantes estuvieron más que compensados y hablan de ello como algo que les encantaría que volviera a pasar.
La primera parada es en Honeymoon Island, donde desembarcan los que no quieren hacer snorkel.
El resto nos quedamos en la zona de arrecifes de coral, buceando a pulmón. El sitio es una maravilla, lleno de ostras y almejas gigantes como jamás había visto, algunas de hasta un metro de ancho.
Tras el buceo, nos unimos al resto en la isla. Nada más llegar, flipo con las gaviotas que están anidando en la arena y no se asustan de nuestra presencia. Te puedes acercar todo lo que quieras.
Le doy una vuelta a la isla (se hace en 10 minutos. Son “miniislas”) y cogemos de nuevo el barco rumbo al motu más famoso: One Foot Island. Por el camino os ofrecen plátanos y donuts.
En 20 minutos llegamos a la isla. También es pequeñísima.
Pero tiene un puesto donde venden postales, con buzón de correos y te sellan el pasaporte!
Así que no me voy sin mi sello y sin mandar una postal. Después me doy una vuelta a la isla…
…y hacemos la parada del almuerzo, incluido en el tour. Está genial, con muchísima variedad de comida y muchísimas opciones vegetarianas.
Después de comer voy a dar una vuelta, pero sólo doy dos pasos cuando oigo mi nombre delante de mí y, oh sorpresa, me encuentro con Larry y Susan, los americanos que conocí en Tom’s Cottage el día anterior, amigos de la familia de Tareta. Resulta que como parte de su estancia, les han dejado usar gratis una cabaña que la familia tiene en la isla. Y la verdad es que el sitio es espectacular.
Son encantadores conmigo, me regalan fruta e intercambiamos contactos.
La última parada del Tour es en un arrefice cercano, donde volvemos a hacer snorkel. Lo mejor esta vez son unos peces enormes que nos pasan muy cerca y, sobre todo, un banco de peces que nos rodean y nos acompañan durante un buen rato.
La verdad es que la laguna es lo mejor de Aitutaki y el tour merece mucho la pena.
El resto del día lo dedico al blog, a ver atardecer…
…y a planificar el siguiente paso. Odette me ha dicho que el Jueves 16 queda libre la casa, por lo que sería perfecto si voy para Rarotonga ese día. Que chequee los vuelos a las 9 de la mañana, que es cuando se publican las ofertas. Por mi parte, ya nada me retiene en Aitutaki y yo prefiero irme el martes 14.
Lo bueno es que, a través de Amelia, contacté con la encargada del Backpackers International Hostel de Rarotinga, Tisa, y me ofreció una habitación individual (y ruidosa) por $12 la noche, que está tirado, por lo que le he pedido que me la reserve hasta el Jueves.
El Martes no encuentro ningún vuelo barato, así que decido esperar un día más, y paso el día de tranqui, escribiendo el blog, dando algún paseo…
Por la tarde veo a Marco y me dice que las cosas en Tauono’s han ido a peor desde que me marché el Sábado, y que esa mañana, en la plantación, Magda y Miguel explotaron finalmente y le dijeron todo lo que sentían a Sonja y su decisión de marcharse esa misma tarde. Marco también ha decidido irse, pero al día siguiente. Finalmente Sonja se queda sola debido a su actitud. Supongo que necesita pasar por esto para darse cuenta.
Por la noche, mientras estoy empezando a prepararme otro arroz de cosas, aparece Hilla por la cocina y la invito a compartir mi cena. Ella aporta algunas verduras y calabaza, y nos hacemos una cena estupenda.
Después de cenar, compro unas cervezas y nos quedamos un buen rato de charla en la terraza. Cuando finalmente se va a dormir, yo regreso a la casa principal y me encuentro con Marco bastante descompuesto. Me cuenta que cuando se marcharon Magda y Miguel, Sonja se enfadó tanto que le dijo a él también que se fuera. Marco le dijo que su intención era irse al día siguiente por la mañana, pero Sonja le dijo que no, que o se iba en ese momento o llamaba a la policía. Tuvieron palabras muy duras y, finalmente, Marco se marchó sin tener donde ir, así que me ha tocado dejarle dormir en mi cuarto para que no se quede tirado.
Así que al final la cosa ha acabado fatal para Sonja, que se queda sola hasta dentro de 4 semanas, que llegará el siguiente woofer. Si por mí fuera, avisaría a todos los woofers de lo que les espera, porque me parece que el trato no está equilibrado. Sonja pide muchísimo más de lo que recibe. Pero no tiene perfil de HelpX. Todos los woofers que recibe, le llegan de Sonja. Por lo que no es posible dejar una referencia.
Al día siguiente por la mañana, miércoles, chequeo los vuelos y veo que los precios no cambian. Hay uno para esa misma mañana por $202, pero los del jueves no bajan de $285. Es decir, que si me voy el Jueves, entre el vuelo y el alojamiento, me sale por unos 100$ más caro. Así que no me lo pienso, e intento comprar el billete de $202 que sale a las 9:10. Son las 7:10 así que debo darme prisa.
Lo malo es que según voy a ir a pagar, el vuelo desaparece… así que me cojo la bici, y voy corriendo hacia el pueblo, a las oficinas de Air Rarotonga. Pero está cerrado. Corro en dirección contraria, al aeropuerto. Pero ahí también está cerrado. Vuelvo corriendo a las oficinas de Air Rarotonga, donde llego sobre las 8h y ahora, ya sí, están abriendo y me venden el billete. Son las 8:10. Tengo una hora para recoger mis cosas, devolver la bici, pagar el alojamiento y correr al aeropuerto.
Por fortuna consigo que me lleven en autostop, así que consigo llegar incluso con media hora de tiempo.
En el aeropuerto me encuentro a Amelia, que está trabajando en el café de su tío. Nos despedimos con un abrazo…
…y termino mi aventura en Aitutaki.
Conclusiones
La verdad es que no me arrepiento en absoluto de haber venido aquí. La experiencia con Sonja ha sido dura y complicada, pero como muy bien me dijo Silvia, trabajando mi paciencia, mi tolerancia y mi compasión, he podido aprender muchas cosas. No sólo externas. También he aprendido mucho sobre mí mismo. Me siento feliz de no haber salido corriendo en esta ocasión y haber podido aportar algo. He sido capaz de empatizar con Sonja (aunque con momentos de enfado), entender que está llena de dolor (físico y emocional) y tristeza. Y aunque creo que eso no debe justificar la falta de amor, también creo que el vivir con amor no es una obligación, sino una decisión, aunque sabiendo que recogemos lo que sembramos.
Mi estancia en Aitutaki ha sido una experiencia muy completa que me ha permitido conocer todo lo paradisíaco que tiene esta isla… pero también su parte más real. Y es que a veces se nos olvida que detrás de los paraísos turísticos… siempre hay una realidad, y no siempre bonita. Unas veces es pobreza, pero otras es simplemente vacío.
También me llevo en mi corazón gente estupenda que he conocido aquí. Como siempre, lo mejor de mis viajes es la gente que se cruza en mi camino.
Ahora empieza una nueva aventura en Rarotonga, pero siento Aitutaki como un punto de inflexión en mi viaje. Por un lado creo que me llevo una lección que me permitirá gestionar mejor la relación con mis hosts, incluso cuando estos sean difíciles. Por otro lado siento que emocionalmente me estoy abriendo cada vez más. Me siento más vulnerable, más expuesto… pero también más sensible. Y eso es una gran parte de lo que buscaba en este viaje…
…sentir más que pensar.
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